CLÉO AND PAUL (ALLONS ENFANTS, Stéphane Demoustier, 2018).
Quien pretenda demoler esta película
desde sus cimientos es posible que encuentre un motivo muy aparente para
hacerlo, pero si se deja llevar por esa racionalidad adulta es que no ha
querido penetrar en la propuesta del director, donde la importancia de lo que
se cuenta no reside en la presencia tangencial de los adultos y sus
incoherencias; sino en la mirada fresca, divertida, desacomplejada, de dos
niños, Cléo, de 3 años, y Paul, de 5, hermanos e hijos del director, a cuyo
alrededor se teje, de manera que se antoja muy improvisada, muy poco guionizada,
dejada al libre albedrío de las situaciones que surjan, un largo día de juegos
que sufre un giro inesperado cuando ambos se pierden en el parque de La
Villette en París. El juego de la película estriba no en preguntarse qué harán
los adultos para reparar el problema, sino qué harán los niños en esa situación
desconocida que ambos enfrentan por separado.
En su delicada y esquemática
estructura narrativa, la presencia de los menores es fundamental. Unos menores
que, pese a su corta edad, son conscientes de estar jugando porque, en
realidad, ellos no están perdidos en medio del gentío cuando es su propio padre
quien les está filmando. Esta circunstancia no deja de facilitar la labor y
liberar a los niños de miedos añadidos, aún sin perderse de vista la angustia
que puede generar su vulnerabilidad, pero que no deja de otorgarles la
seguridad de presentarse ante nosotros con absoluta espontaneidad, sin sujeción
a reglas rígidas, y mezclando el temor y el deseo a partes iguales. La
excitación de una situación novedosa unida al temor de encontrarse aislados,
rodeados de desconocidos ante los que su presencia pasa inadvertida o,
directamente, ignorada. En una mañana primaveral los dos hermanos juegan entre
los árboles al escondite, Cléo se esconde tanto y tan bien, que termina
alejándose del lugar donde la niñera les ha dicho que jueguen, se desorienta y
emprende un camino en solitario, a la aventura, buscando a Paul, un camino que
relaciona inmediatamente esta película con, por ejemplo, “La nuit oú j,ai nagé”
de Manivel, o la iniciática en este siglo “Nana”, de Masadian.
A la sencillez, alegría e
inocencia de los dos niños, Demoustier opone el egoísmo y la estupidez del
mundo de los adultos. En una sociedad, la parisina, golpeada por el terrorismo
indiscriminado, el exceso de seguridad provoca inflexibles reacciones absurdas
de las fuerzas policiales y militares unidas a la indiferencia de la masa que
acude al estadio y sale del mismo sin reparar en dos menores solos, vagando
llenos de curiosidad e indiferencia, entre jóvenes absortos en sus pantallas de
móvil o entre uniformados incapaces de asumir la protección de esos niños para
no abandonar el puesto de vigilancia que se les ha adjudicado. Cléo se ha
perdido y busca a Paul, y cuanto más busca, más se separa de su hermano,
atraída también, al mismo tiempo, por la libertad de encontrarse por primera
vez sin la vigilancia de un adulto, y Paul, una vez que la niñera anciana y de
movimientos limitados, desiste de encontrar a la niña, emprende su busca en
solitario, perdiéndose igualmente y experimentando nuevas sensaciones absorto en
sus miradas hacia el cielo o interrogado por lo que puede sentirse disparando
los fusiles de los soldados que le protegen pero que son incapaces de entender
que ese niño no tiene un adulto cerca para cuidarle.

En el camino de Paul no hay
intermediarios, mientras que en el de Cléo ésta aprovecha la mínima atención
que le presta Louise (Vimala Pons), para asegurarse una nueva niñera, o una
madre sustituta, mientras se resuelve el incidente. Así, la angustia
momentánea, y recurrente de la menor, se transfiere, también, a un adulto que
reacciona con muy buenas intenciones y muy malas decisiones. Aquí es donde el
espectador tiene que asumir el punto de vista infantil y no pretender subsanar
el error de Louise, quien, inicialmente, recurre a policía y protección civil
obteniendo una descarga de responsabilidades por respuesta. En la tesis de
esperar o cuidar a la niña y seguir cumpliendo con su agenda, Louise asume la
segunda opción, acompañándose de una niña que se comporta como una hija dócil y
dispuesta al juego. La cámara suele acompañar al espectador desde el punto de
vista de Cléo, a su altura. Desde luego eso hace de la niña un ser mucho más
vulnerable cuando su estatura entra en conflicto con la de todos los adultos
que se cruzan con ella, igualando después del encuentro con la adulta el punto
de vista con el de Louise, haciendo que ésta se agache o la lleve en brazos
durante muchos minutos.
Lo onírico y mágico queda para la
noche; desde la ventana del piso donde Louise y Cléo dormitan, paralizada la
adulta para tomar una decisión correcta tras reencontrarse con un pasado que
duele, la niña reconoce el estadio y el parque, y recuerda que ha de encontrar
a Paul, un encuentro que tiene lugar como un juego y con el que ambos continúan
la aventura sin sensación de peligro una vez que se han vuelto a juntar. En ese
mundo diferente, en el que apenas quedan deportistas y parejas de amantes, los
niños continúan moviéndose y disfrutando de su inesperada libertad. “Allons
enfants” es la frase que dicen los policías que los encuentran, como buenos
parisinos, sentados en un colchón abandonado cerca de un puente sobre el Sena.
Agotados, sucios, sudorosos, hambrientos y sedientos imaginamos su tramo final,
aunque ellos siguen riendo y hablando entre sí. La cámara, en esa última escena
filmado como un plano fijo, ha decidido seguir rodando a baja altura, pero
alejada, como dejando un espacio mayor de intimidad a unos niños que deberían
dormirse en cualquier momento. Asistimos al encuentro con la policía como
mirones furtivos, desde la otra orilla, apenas las imágenes son definidas y
sólo oímos hablar, mientras el reflejo de los luminosos del coche camuflado
sustituyen a la diadema luminosa de la niña que queda abandonada en la orilla.
Fín del cuento.
CLÉO AND PAUL. Título original: Allons enfants. Francia. 2018.
Dirección: Stéphane Demoustier. Actores: Cléo et Paul Demoustier, Vimala Pons, Elsa
Wolliaston, Anders Danielsen Lie, Sam Louwyck, Oussama Kheddam. Imagen: Sylvain Verdet. Sonido: Francis
Bernard. Montaje:Nicolas Desmaison. Música: Vimala Pons y Tsirihaka
Harrivel. Producción: Stéphane Demoustier y Guillaume Dreyfus. Productoras:
Année Zéro, Trípode Productions. 61 minutos.
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