MAGIC IN THE MOONLIGHT (Woody Allen, 2014)
Calificación: 6


No obstante, el hecho de acudir
año tras año a su cine no solo conserva la nota de tradición o ceremonia
inexcusable, aunque sólo sea para criticar, sino que, íntimamente, deseas un
ramalazo de genio y de gloria como los de antaño, que te vuelvan a contar la
misma historia pero con el mismo éxito de cuando la cita no era un compromiso
sino un deseo. Y algo de eso hay en la última película de Allen, hay el cinismo
y sarcasmo propio del autor, el fino diálogo logrado y cortante en la ironía,
la elegancia y estilización propia de quien no sabe retratar la pobreza ni
ambientarse adecuadamente en ese estrato social (pero que hizo una maravilla
auténtica en un ambiente de depresión como fue con “La rosa púrpura del Cairo”),
en definitiva, reconoces la película como propia de Allen, sin grandezas, es
posible, pero sin deméritos notables y si con aciertos.
¿Será que la noche consigue
despertar el genio del cineasta?, “Midnight in Paris” resultó un repunte en la
carrera de Allen, que iba desmadejándose película a película, y ahora “Magic in
ten midnight” es otro repunte necesario para mantener la esperanza en un cine
que tan buenos ratos ha hecho pasar. Por achacar algo a la película le sobra
final, la historia circula con dinamismo, interés, en un ambiente “trés
charmant” de la Costa Azul francesa, pero ese final se alarga innecesariamente,
quizás para superar la hora y media de duración. No obstante ese alargamiento
no desmerece el buen sabor de boca final, haber presenciado un juego de magia
desde el principio hasta el final, una magia no exenta de engaño, pero ¿qué
sería la vida sin engañarnos o que nos engañen?
El punto de partida no deja de
ser de lo más esperanzador, un mago es contratado para desenmascarar a una médium
farsante, una vuelta de tuerca realista y con cine “muy blanco” a “La maldición
del escorpión de jade”, el heredero que puede caer en las redes de la presunta
embaucadora, el ingenioso y brillante mago a la resolución del enigma, el enamoramiento,
la razón frente al sentimiento, el amor frente al interés, lo prosaico frente a
lo sublime. Los felices 20 a punto de concluir, que la acción se desarrolle en
1928 y se inicie en Berlín nos avanza el fin de una época, todo ese lujo, esa
despreocupación, ese buen vivir están a punto de desaparecer, la magia no podrá
remediar los cruentos años 30 del siglo pasado, quizás tanto engaño no pudiera
terminar en otra forma de desahogo. Quien se presenta como artífice de la razón
no deja de ser un farsante ya que se presenta como mago chino, Wei Ling Soo,
cuando no deja de ser un inglés renegado, misántropo, asqueado de una vida
racional.
Un ejemplar diseño de producción
nos traslada a esos ambientes que tan bien retrata Allen, y en los que intenta
infiltrarse un extraño ajeno a esa clase social, (Match point en el recuerdo),
en este caso haciendo uso de unas dotes adivinatorias que convencen rápidamente
a quien está deseando oir lo que se le cuenta. La película no deja de circular
por el camino de la comedia romántica de amores imposibles por irracionales,
eso que el personaje interpretado muy bien por Colin Firth detesta, que los
sentimientos o las creencias indemostrables puedan imponerse al conocimiento
científico. El personaje envarado y autosuficiente de Colin Firth recibirá una
serie de enseñanzas que ponen en riesgo su convencimiento, la limitación
interpretativa de Emma Stone frente a Firth sale airosa por la frescura y
simpatía de la joven frente al huraño y esquivo ejemplo de británico presuntuoso
y pomposo en su hipotética superioridad intelectual.
Allen parece jugar al equívoco
juego de reconocer haberse equivocado
toda su vida negando lo que no sea racional y demostrable, al final podemos reconocer que el partido
termina en tablas entre la razón y el sentimiento, el personaje de Firth está a
punto de claudicar entregándose a la irracionalidad de una fe en la que no
cree, pero su lado racional triunfa, puede que esa racionalidad no sea
suficiente para refrenar los sentimientos, pero eso es otra historia, es
posible que la cercanía de la muerte nos vaya haciendo a todos más sensibles y
dubitativos, en todo caso, sin encontrarnos ante una obra cumbre del director
americano, si podemos decir que no he sentido perder el tiempo, que he
disfrutado muchas de sus situaciones y que, aun no existiendo carcajadas, la
película puede verse con una permanente mueca de diversión en su metraje.
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