LA CHAMBRE BLEUE (Matthieu Amalric, 2014) Calificación : 5
Oh Simenon, mi Simenon…….. en la
complejidad de las narraciones sencillas Simenon se movía como un auténtico
maestro, sus relatos, escritos con espíritu stajanovista, pueden ser leídos
como narraciones convencionales de presentación, nudo y desenlace, o bien
dejarse arrastrar por personalidades endurecidas, vidas al límite, escondites
del alma que se condensan en una furia interior dispuesta a revelarse en lo más
infame en cualquier momento. Mayoritariamente son relatos de género criminal,
pero su profusión creativa da pie para que Simenon aparezca como ejemplo de una
literatura social, no confundir con comprometida, ambientada en el relato
detectivesco o de intriga, con la serie Maigret como identidad de la casa, pero
no por ello el descubrimiento del culpable elimina un perfecto retrato del
mundo en que esas historias tienen lugar, un mundo envidiable, el de la
perfecta y boyante sociedad del bienestar europea, perfecta y boyante para los
de siempre, e imperfecta y ruinosa para quienes se cruzan en el relato, por
debajo de lo perfecto terminan asomando las miserias humanas.
Desconociendo el relato de
Simenon, y la fidelidad de Amalric a la idea original, en cuanto transcurren
unas cuantas secuencias me viene a la cabeza el pensamiento “si esto lo hubiera
cogido Chabrol”, y si, porque aquí no estamos ante gente perdedora, no estamos
ante excluidos sociales, nos encontramos en el ambiente de la burguesía
acomodada del interior francés, gente de “provincias de toda la vida”, gente de
aparencia recta e intachable cuyo listón moral termina dejando mucho que desear
cuando alguna pasión se cruza en su camino, pero siendo el envoltorio y el
desarrollo perfecto, hay algo en la historia que no llega a engancharme, hay
algo que me dice que todo ya lo he visto y nada me sorprende, incluso hay algo
que me hace larga y pesada la historia que apenas dura 70 minutos, pese a su
rupturismo estético y hasta formal en la manera de contar la trama, el
envoltorio no rellena cierto vacío interior.
Me resulta sugerente la conexión
visual que establece la habitación azul del hotel con los planos finales del
tapizado azul de la sala de vistas del Tribunal donde se consuma la unión
definitiva de esa relación pasional entre los personajes de Matthieu Amalric
(Julien Gahyde) y Esther Despierre
(Stephanie Cleau) pero el juego de versiones, de contradicciones, cómo
la película va revelando poco a poco lo sucedido, el papel del juez de
instrucción………me suenan a convencionalismo, a intentar hacer novedoso lo ya
reconocible. Este juego doble del cartero siempre llama dos veces, la culpa
real o moral en los crímenes, las venganzas propias o ajenas termina expulsándome
el relato y comprobando de reojo si falta mucho para que acabe, no se si la
mirada de Julien Gahyde es sincera, es confusa, es de un ser perdido o es que
Amalric no sabe dirigir a Amalric, la indefinición acerca de lo sucedido
evidencia esa duda moral que sobrevuela toda la película, juzgamos pero no
queremos ser juzgados pese a no ser tan diferentes. En definitiva, no se qué me
ha querido vender Amalric con esta película. “«La vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas
después», es lo que dice
Julien, pero a veces las
películas son una cosa en la mente del creador y otra en su plasmación en
imágenes
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